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sábado, 3 de julio de 2010

SIN ROSTRO

Aún no puedo borrarlo de mi mente. Es que..... todo ocurrió tan rápido. No podía dormir, abrí la carpa y empece a caminar por la playa. A pesar de la hora, la noche estaba clara, eran las tres. Las estrellas y la luna aún despiertas brillaban iluminando el plateado mar, y el suave rugir de las olas me hipnotizaba, no se cuanto tiempo caminé, perdí la noción del tiempo. Miré el reloj, las cuatro, mi corazón se estremeció, me había alejado demasiado. Dí media vuelta, empece a caminar, ahora con pasos gigantescos. Los cocoteros batían sus pencas y súbitamente una brisa gelida laceró mi cuerpo. Mis pies ya cansados se hundían en la arena a medida que me acercaba a la carpa. De repente, una luciernaga se posó en mi hombro y voló distrayéndome la mirada hacía un arbol milenario de cuyo tronco brotaban copiosas raices. Por un instante, me acordé de aquella leyenda sobre las luciernagas impersonando a los muertos en la oscuridad, me asusté. Aquél miedo infundado, pero irreprimible, no me abandonaba. Me restregué los ojos para asegurarme de lo que veía, dí un paso hacia delante. Allí, sentado al pie del tronco, estaba él. Vestía pantalón blanco, camisa blanca manga larga, en la cabeza una gorra verde oscuro y descalzo. Recogía y lanzaba algo, como jugando. Repentinamente alzó la cabeza, quise saludarle, y preguntarle si era Francisco. Pero al querer hablar sentí como se me trancaba la garganta. Empujada por el temor corrí y abrí la carpa, todos dormían. Perdí la cabeza en conjeturas hasta que me dormí. Al día siguiente fui a la casa de Francisco a contarle lo sucedido.

_ Le aseguro que Francisco durmió en casa toda la noche. Hoy, en la mañana se levantó a las siete y se fue al conuco. Dijo Mercedes mientras colaba café.

_¿Y entonces, Dios mío quien andaría por ahí a esa hora? ¿Te ha pasado algo semejante alguna vez?_ Le pregunté

_ Nunca. No salgo después que oscurece para evitar encontrarme con uno de ellos. Comentó Mercedes en voz baja.

_¿Con uno de ellos, quienes son ellos?

_Aquí en la época de la colonia asesinaron a muchos hombres, entre ellos esclavos. Se rumora que han escuchado el arrastre de cadenas en las madrugadas. ¿Digame una cosa, la miró? ¿Tenía ojos?

_Si supieras que, pensándolo, no. No tenía ojos, no pude distinguir facción alguna. Sólo sentí el peso de su mirada. Cuando lo miré, quise preguntarle si era Francisco, pero el miedo me paralizó.

_Considerese dichosa_ argumentó Mercedes, por que dicen que sus voces se convierten de gemido a aullido. Cuentan que más de una persona al nunca haber escuchado ese grito desgarrador ha caido fulminada por un ataque al corazón.

-Las manos me temblaban, mientras tomaba sorbos de café.

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