Entré en puntillas al dormitorio para no despertarla. Cuidadosamente abrí el gavetero dónde guardaba el revolver calibre 380. Estaba dispuesto a ejecutar el plan, llevaba mucho tiempo pensándolo, nada ni nadie iba a impedir que lo hiciera. Al colocarme el arma sobre la sien, levanté la vista, y através del viejo espejo que colgaba en la pared, vi a la niña tendida sobre el cubre camas a rallas. Súbitamente levantó la cabeza y soltó una sonora y alegre carcajada. Bajé el arma, y pensativo la sostuve en mis manos temblorosas. Me desarmó.
miércoles, 17 de julio de 2013
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¡El poder de la sonrisa de un niño es tremendo! En este caso sirvió para salvar una vida, nada más y nada menos. Un relato estupendo. Besos
ResponderEliminarComo no ha de desarmarnos la risa de un niño, nos da vuelta la cabeza y hace ver la vida de otra manera. Si es por ellos que luchamos, lo mejor es que las armas no estén en casa. Hermoso relato Marilyn.
ResponderEliminarUn beso.
Un relato muy bueno, Marilyn.
ResponderEliminarNo hay nada que nos desarme más que la sonrisa de un niño.
Me gusta cómo lo ha hilvanado.
Un abrazo.
Meor método ede desarme no pudo tener.
ResponderEliminarAbrazo!
Un bello micro Marylin. Era imposible no sentirse desarmado ante la risa de un ser inocente.
ResponderEliminarUn abrazo.