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jueves, 9 de diciembre de 2010

EL CASTILLO DE ROSALES

La noche es negrísima. Un tímido pedacito de luna asoma por el horizonte, todos duermen en un silencio profundo. De todas partes aparecen entre las ramas cantidad de destellos, como si el cielo hiciera llover todas sus estrellas.  Un buho de ojos negros intensos y alas doradas se aferra a  la rama de un arbol.  El dormitorio del niño está oscuro, pero el duende tiene los ojos claros como luceros. Acecha y mira la ventana, está entreabierta. Cuidadosamente entra y sutilmente camina como sólo los duendes saben hacerlo, en puntillas, despacito, despacito.
--Un oso de peluche! --exclama en voz baja, cuidándose de no despertar al niño que duerme profundamente.  --¡Por fin!-- suspira. Lo guarda en uno de sus enormes bolsillos siempre ha querido tener un juguete así, --¡Que felicidad!-- exclama.  Cuando está a punto de partir, de repente, escucha al niño gritar, rápidamente corre y se esconde debajo de la cama. 
--¡No, no!-- ¡Dejenme pasar, quiero llegar al Castillo de Rosales, tengo que conocer al rey!--.
Asustado el duende asoma la cabeza, pero se da cuenta de que el niño está dormido.  Tiernamente se acerca y le susurra al oído,--llegamos al Castillo de Rosales. Es una flor, es una rosa, aquí viven duendes y mariposas. ¿Y quien es el Rey? Acaso no lo concoces?   Eres tú dulce niño que tienes corazón de rubí y ojos de topacio.-- 
El nino sonrie; sus ojos aun cerrados irradian felicidad.  El duende tambien sonrie, como nunca suele hacer. Una lágrima rueda por su arrugada mejilla, ya no siente deseos de hacer disparates y mil fechorias para complicarle la vida a los demas, algo en él había cambiado.

Al día siguiente, cuando el niño despertó, sobre su osito de peluche encontro un rubí y una rosa.

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